LLAVES Y CERRADURAS
Debe suceder así en todas las casas
viejas. En la mía hay un completo
divorcio entre las llaves y las cerraduras.
De llaves, poseo un cajón repleto, llaves de candado con la barba
finamente orlada, llaves fichet de tija hueca, llaves diamante de doble
panetón, llaves gigantes macizas como armas contundentes, llaves de secreter
con el ojo labrado como una puntilla, modestas llaves maestras, cuyo único
defecto es precisamente que no abren nada.
Pues el misterio está ahí: ninguna de las cerraduras de la casa se
somete a estas llaves. Quise estar
seguro, saber a qué atenerme. Las he
probado todas. Su virtud primera, como
decía Pascal, se ha revelado nula. ¿De dónde vienen entonces, qué hacen ahí,
todas estas hermosas llaves, que además tienen todas, más o menos, la forma
vaga de un metálico punto de interrogación?
¿Hace falta precisar que, recíprocamente,
ninguna de las cerraduras de la casa posee su propia llave? De esta manera, a todas mis llaves les
corresponden otras tantas cerraduras convertidas en inútiles por su
inadecuación. Se diría que un maligno
duendecillo hubiera dado la vuelta al pueblo llevándose todas las llaves de una
casa a otra.
Resulta que todo esto es altamente
simbólico, ya que el mundo entero no es sino un amasijo de llaves y una
colección de cerraduras. Son cerraduras
el rostro humano, el libro, la mujer, cada país extranjero, cada obra de arte,
las constelaciones del cielo. Y llaves
las armas, el dinero, el hombre, los medios de transporte, cada instrumento de
música, las herramientas en general.
Con la llave basta con saber servirse de ella... La cerradura, con saber servirla... para
poder controlarla.
La cerradura evoca la idea de cierre; la
llave, un gesto de apertura. Cada una
constituye una llamada, una vocación, pero de sentidos contrapuestos. Una cerradura sin llave es un secreto a
revelar una oscuridad que aclarar, una inscripción que descifrar. Hay hombres-cerradura cuyo carácter está
hacho de paciencia, obstinación y sedentarismo. Son esos adultos que juran “¡no nos iremos
de aquí sin haberlo comprendido!”. Pero
una llave sin cerradura es una invitación al viaje. Quien posee una llave sin cerradura nunca
debe tener los dos pies en el mismo zapato.
Tiene que recorrer los mares y los continentes, con la llave en la mano,
probándola en todo aquello que tenga apariencia de cerradura. ¿Para qué sirve esto?, suelen preguntar los
niños a todo momento, persuadidos de que cada objeto es una llave que justifica
una cerradura.
Los
ladrones mismos pertenecen a una de estas dos especies. No hay que dejarse engañar por aquel que se
acerca sigilosamente con un manojo de ganzúas en la mano, ése no es un hombre-llave,
es un hombre-cerradura. Es suave y
metódico. Mírenlo. Se arrodilla respetuosamente delante de la
cerradura que ha elegido y va deslizando en ella sus ganzúas una a una, como el
gran visir que va presentando pretendientes a la joven soberana. El ladrón-llave no tiene más que una sola,
que suele ser un gancho o un soplete.
Por otra parte es un tosco soldadote, como ese bruto de Alejandro
sirviéndose de su espada para cortar el nudo gordiano, esa cerradura de cuerda.
Estos ardides y violencias son culpa del
maligno geniecillo que ha sembrado la discordia entre el pueblo nómada de las
llaves y la sedentaria tribu de las cerraduras. Gritos grotescos y desgarradores se lanzan
de un lado a otro. Se los llama anuncios
matrimoniales. El poeta decía
amargamente: “Amo y soy amado. ¡Qué
felicidad si se tratara de la misma persona!”.
¡Un genio maligno, se lo digo yo!
Michel Tournier