vendredi 17 février 2017

LLAVES Y CERRADURAS - Michel Tournier

LLAVES Y CERRADURAS


   Debe suceder así en todas las casas viejas.   En la mía hay un completo divorcio entre las llaves y las cerraduras.   De llaves, poseo un cajón repleto, llaves de candado con la barba finamente orlada, llaves fichet de tija hueca, llaves diamante de doble panetón, llaves gigantes macizas como armas contundentes, llaves de secreter con el ojo labrado como una puntilla, modestas llaves maestras, cuyo único defecto es precisamente que no abren nada.   Pues el misterio está ahí: ninguna de las cerraduras de la casa se somete a estas llaves.   Quise estar seguro, saber a qué atenerme.   Las he probado todas.  Su virtud primera, como decía Pascal,  se ha revelado nula.  ¿De dónde vienen entonces, qué hacen ahí, todas estas hermosas llaves, que además tienen todas, más o menos, la forma vaga de un metálico punto de interrogación?
   ¿Hace falta precisar que, recíprocamente, ninguna de las cerraduras de la casa posee su propia llave?  De esta manera, a todas mis llaves les corresponden otras tantas cerraduras convertidas en inútiles por su inadecuación.  Se diría que un maligno duendecillo hubiera dado la vuelta al pueblo llevándose todas las llaves de una casa a otra.
   Resulta que todo esto es altamente simbólico, ya que el mundo entero no es sino un amasijo de llaves y una colección de cerraduras.  Son cerraduras el rostro humano, el libro, la mujer, cada país extranjero, cada obra de arte, las constelaciones del cielo.  Y llaves las armas, el dinero, el hombre, los medios de transporte, cada instrumento de música, las herramientas en general.   Con la llave basta con saber servirse de ella...  La cerradura, con saber servirla... para poder controlarla.
   La cerradura evoca la idea de cierre; la llave, un gesto de apertura.   Cada una constituye una llamada, una vocación, pero de sentidos contrapuestos.   Una cerradura sin llave es un secreto a revelar una oscuridad que aclarar, una inscripción que descifrar.   Hay hombres-cerradura cuyo carácter está hacho de paciencia, obstinación y sedentarismo.   Son esos adultos que juran “¡no nos iremos de aquí sin haberlo comprendido!”.  Pero una llave sin cerradura es una invitación al viaje.   Quien posee una llave sin cerradura nunca debe tener los dos pies en el mismo zapato.  Tiene que recorrer los mares y los continentes, con la llave en la mano, probándola en todo aquello que tenga apariencia de cerradura.  ¿Para qué sirve esto?, suelen preguntar los niños a todo momento, persuadidos de que cada objeto es una llave que justifica una cerradura.
   Los ladrones mismos pertenecen a una de estas dos especies.  No hay que dejarse engañar por aquel que se acerca sigilosamente con un manojo de ganzúas en la mano, ése no es un hombre-llave, es un hombre-cerradura.   Es suave y metódico.  Mírenlo.  Se arrodilla respetuosamente delante de la cerradura que ha elegido y va deslizando en ella sus ganzúas una a una, como el gran visir que va presentando pretendientes a la joven soberana.  El ladrón-llave no tiene más que una sola, que suele ser un gancho o un soplete.  Por otra parte es un tosco soldadote, como ese bruto de Alejandro sirviéndose de su espada para cortar el nudo gordiano, esa cerradura de cuerda.
   Estos ardides y violencias son culpa del maligno geniecillo que ha sembrado la discordia entre el pueblo nómada de las llaves y la sedentaria tribu de las cerraduras.   Gritos grotescos y desgarradores se lanzan de un lado a otro.  Se los llama anuncios matrimoniales.  El poeta decía amargamente: “Amo y soy amado.  ¡Qué felicidad si se tratara de la misma persona!”.
   ¡Un genio maligno, se lo digo yo!
                                                                           Michel Tournier